Se suele decir que, en la actualidad, la mujer es más joven socialmente que reproductivamente. Y eso es cierto. A partir de los treinta y cinco años de edad la fertilidad femenina baja de manera bastante considerable, mientras que después de los cuarenta cae en picado. El paso del tiempo compromete las posibilidades de ser madre. La cuestión es: ¿cuál es el motivo?
Lo primero que cabe tener en cuenta es que las mujeres nacen con una dotación de óvulos que, una vez perdidos, no se regeneran jamás. En cambio, los hombres producen esperma cada tres meses aproximadamente.
En cada ciclo menstrual, un número determinado de folículos se empieza a desarrollar, pero sólo el mejor óvulo culmina tal proceso, dando lugar a una ovulación. Si no hay fecundación, la mujer pierde tanto los folículos que no acabaron de ovular como el que sí que lo hizo.
El cuerpo femenino no es capaz de regenerar sus gametos: las niñas nacen con una cantidad en concreto que se va reduciendo desde su primera regla y conforme van cumpliendo años. Como resultado, el paso del tiempo merma la dotación, pero también la calidad de los óvulos puesto que, a su vez, envejecen. Por lo tanto, la fertilidad de ellas está altamente ligada a su edad.
Evidentemente, cada mujer es un mundo, pero cuanto más madura sea ésta mayores son los riesgos de malformaciones genéticas, de que aparezca la diabetes gestacional, de tener que afrontar un parto prematuro o de que el bebé nazca con bajo peso.
Las mujeres, a los cuarenta años, presentan una gran vitalidad, pero esa energía no les acompaña tanto reproductivamente hablando. Las avanzadas técnicas de reproducción asistida, no obstante, amplían las posibilidades de experimentar la maternidad cuando la naturaleza lo pone difícil.